–Continuación del artículo anterior–

Tal vez sí. Para ello debemos ejercitarnos en el arte de observar las situaciones desde distintos planos, haciendo una reevaluación constante, como hacia el mismo Sócrates, con cada uno de los argumentos que emitían los contertulios con los que dialogaba en el Ágora ateniense. En psicología, se denomina “reappraisal” a la técnica de reevaluar una situación concreta, y puede resultar muy efectiva ante situaciones que nos sobrepasen, abrumen o estresen.

Pero sigamos con filosofía, y para ello de la mano de otro peso pesado del pensamiento antiguo, Platón; el que fuera discípulo de Sócrates, y cuyo pensamiento concedía una enorme importancia a la “reminiscencia“o recuerdo. Su cosmovisión se alineaba con la de Parménides, filósofo anterior a Sócrates, al valorar lo estable e inmutable y que para él representaban la justicia, las ideas y el alma. Por el contrario, desconfiaba y advertía de los peligros que conllevaban las siempre cambiantes pasiones de las esferas sensoriales.

Las raíces de la atención plena guardan mayor sintonía con la cosmología de Heráclito, otro de los célebres filósofos que precedieron a Socrátes, y cuya principal tesis era la opuesta, es decir, que todo cambia.  Por tanto, y volviendo al estrés, conviene recordar que nuestras emociones, pensamientos y sensaciones cambian constantemente, y con ello la forma en que nos afectan las circunstancias de la vida, incluyendo los momentos de ansiedad y estrés.  Cuando la vida y sus angustias nos atrapan, conviene no olvidar que el tiempo suele avanzar con lentitud, y el estrés, al imaginar que la situación va a prolongarse indefinidamente, genera anticipación y tensión al querer escapar, haciéndolo crecer sin mesura.

Muy bien  y ¿Qué insinuamos con todo ello?

Pues que quizá, esta tarde te agobies al no hallar explicación a un conflicto que has tenido con un buen amigo, pero pasadas unas horas, o al día siguiente, tu sentir al respecto sea distinto. Quizá, en tu forma de interpretar lo sucedido, haya influido que has dormido poco, que tu hija está constipada y malita en casa o que estás preocupado porque se aproxima la fecha de entrega de un proyecto importante. Por estas y otras muchas razones, tomar consciencia de cómo nos sentimos favorece que podamos responder con mayor equilibrio, ganando claridad a la hora de decidir. En las tradiciones contemplativas “ver con claridad” constituye un elemento de sabiduría, y hace referencia a ver sin ruido, sin mezcla, sin confusión emocional; igual que si observáramos un rio cuya corriente es cristalina y transparente. El libro del Tao refuerza esta consigna planteando la siguiente interrogación: ” puedes esperar a que el fango se decante, el agua se aclare y la acción correcta surja por si misma”.

Actuar desde el ruido, la confusión o la reactividad generada por el estrés  produce dolor propio y ajeno. Por el contrario, la conducta que nace de la claridad se inclina hacia afecto, la comprensión y el bienestar.

Ver con claridad es algo que entrenamos en los programas de reducción de estrés basados en Mindfulness. ¿Cómo? Parando, observando y tomando consciencia para familiarizarnos con lo que sentimos y pensamos en cada momento. De esta forma evitamos añadir reactividad a las ya de por si difíciles circunstancias de la vida. Pero, veámoslo con un ejemplo de la vida. Imagina que llevas un día acelerado y un compañero de trabajo te envía un whatsapp pidiéndote que rápidamente te involucres en un proyecto de trabajo que no tienes claro. En ese momento la velocidad que arrastras del día sumado a la urgencia de la propuesta puede hacer que decidas sin pararte a pensar si dispones del tiempo y las ganas para llevarlo a cabo. Un buen ejercicio para gestionar este tipo de momentos consiste en esperar y cultivar la paciencia, ofreciendo tiempo al cuerpo y la mente para poder reducir la velocidad y valorar desde la calma si debemos hacerlo o no.

Continuando con los clases y programas para gestionar el estrés, otra de las creencias habituales que plantean los alumnos que asisten, es pensar que nunca hemos vivido un momento de mayor estrés que el de ahora.

Ciertamente, nuestro ritmo de vida ha acelerado exponencialmente en los últimos años. Poca duda cabe, que la era digital ha contribuido a que la sociedad se vea expuesta a una elevada corriente de estímulos que dificulta encontrar espacios de relajación y serenidad. A  su vez, acabamos de vivir una pandemia que ha causado estragos y cuyos coletazos todavía se sienten muy presentes.

Sin embargo, teniendo todo esto en cuenta, cuando nos detenemos unos segundos a revisar nuestra historia más reciente, al mirar por el retrovisor del siglo XX, a nuestra mente acuden instantes como: la pandemia de gripe de 1918, la guerra civil española 1936, la dictadura que duró desde esa fecha hasta el 1975, el golpe de estado en el 1981, o el 11 M en el XXI solo por nombrar algunos dentro del ámbito nacional. Si además ampliamos nuestra mirada al plano internacional podemos citar también: la primera (1914) y segunda guerra mundial (1945), la pandemia de sida que se inició en 1960 y que continua hoy vigente, pandemias de cólera (la séptima y última pandemia por ej fue de 1961 – 75), gripe asiática y otras que asolaron medio mundo, dictaduras y regímenes totalitarios en muchos países europeos, africanos, latinoamericanos (una importante cantidad de ellos que todavía continúan vigentes) y un largisimo etcetera.

Si además recordamos las condiciones tan precarias en las que vivía la gente de entonces, sin acceso a la información, conocimiento e investigación con las que contamos hoy en día, quizá convenga “reevaluar” la situación actual para concluir que no estemos tan mal.

Steven Pinker, eminente psicólogo de la universidad de Harvard, sigue esta misma línea argumental en su libro de “The Enlightment”, donde afirma que nunca hemos vivido mejor que ahora. Ateniéndose a datos y estadísticas concluye que la esperanza de vida actual es la más alta de la historia y la tasa de hambre la menor. A su vez, añade; nunca hemos tenido tanto acceso a la educación, investigación y estudios sobre bienestar y salud. Tal vez suene un tanto positivista pero son datos que no debemos obviar ni pasar por alto afirma en una reciente entrevista el propio autor.

De acuerdo, pero volvamos a los principios de los principios y a una de las preguntas nucleares, ¿podemos realmente vivir sin estrés?

Me temo que no y mejor que así no lo quieras. ¿Te imaginas que alguien quiere agredirte y te resulta indiferente o no sientes la necesidad de defenderte? ¿Qué mientras cruzas el paso de cebra un coche acelera y no te alarmas o corres? Si no fuera por la activación y la tensión que te invade en ese momento tal vez ya no estarías aquí. El estrés es esa respuesta que recorre tu cuerpo para ponerte en guardia y garantizar tu supervivencia.

¿Y neurobiológicamente? ¿cómo responden cuerpo y cerebro?

El sistema nervioso autónomo entra en acción activando su rama simpática que es la que nos prepara para la acción y nos da a elegir entre luchar, huir o congelarnos. A su vez, liberamos hormonas del estrés como el cortisol, la adrenalina y noradrenalina, mientras nuestro centro general de alarma del cerebro, la amígdala, situada en el sistema límbico, pulsa el botón de alarma activando la alerta ante la amenaza que está por suceder. Si el estrés es intenso o se prolonga en el tiempo, nuestras funciones ejecutivas situadas en el Neocortex, la región más evolucionada del cerebro, se bloquean y experimentamos dificultades para concentrarnos, tomar decisiones e integrar la información que recibimos.

Algunos estarán pensando, vale, de acuerdo, interesante, pero ¿cómo sobrevivo entonces a los 100 correos de mi bandeja de entrada? ¿Cómo gestiono los interminables whatsapp que debo responder a diario? ¿y qué pasa si todo ello lo vivo como si fuera a vida o muerte con la amígdala a tope?

Es uno de los riesgos fundamentales que debemos prevenir. Si al abrir tu bandeja de entrada diaria reaccionas igual que si de vida o muerte se tratara… con el tiempo el sistema nervioso tenderá a presentar desequilibrios al normalizar respuestas de estrés que no deberían serlo. Como consecuencia de ello podemos acabar desarrollando el síndrome de burnout que es una forma de estrés que se prolonga en el tiempo y cuyo elemento diferenciador es el agotamiento por desgaste emocional.

Para prevenir estos estados conviene aprender a parar y a observar con perspectiva este tipo de situaciones, relacionándonos con ellas de forma distinta a la habitual, tomándolas con más calma y aceptando que quizá no podemos llegar a todo. Discernir si debemos cambiar algo o dejarlo estar para no morir en el intento es algo que también podemos observar desde la atención plena. Tal vez la siguiente oración de serenidad pueda inclinar nuestra mente hacia este propósito para preservar nuestro equilibrio mental, físico y emocional:

“Dame fuerza para cambiar las cosas que pueden cambiarse, serenidad para aceptar aquellas que no pueden cambiarse y sabiduría para distinguir entre ambas”