Claves para comprenderlo y hacerle frente con Mindfulness.
Falta de tiempo, urgencia, velocidad, agobio, multitud de tareas simultaneas o multitasking y la sensación general de no poder llegar a todo, es entre otras muchas cosas con lo que asociamos la palabra estrés en nuestros días. Sin embargo, desde su descubrimiento y con el paso del tiempo, el concepto ha evolucionado abarcando un número cada vez más amplio de perspectivas. La intención de este artículo es poder revisar algunas de ellas y facilitar al lector una visión holística e integradora del término.
En la actualidad, existe una amplia gama de libros, anuncios y artículos que garantizan que se puede vivir sin estrés y que una vida llena de calma y serenidad es posible si sigues ciertos pasos o recetas. Ninguna mención especial merecen dichas propuestas, que pueden resultar más o menos acertadas en cualquier caso, pero al fin y al cabo, útiles para aprender a gestionarlo y comprenderlo; sin embargo la promesa de vivir en calma y sin angustia el resto de la vida suena tan atractiva como poco realista y una vez escuchada resulta difícil obviarla. La mayor parte de los alumnos que acuden a nuestro centro persiguen esta idea que resulta difícil de cambiar a corto plazo. El problema principal, como vemos, no reside en el «como» sino en el «que» y en el error sobre las expectativas y objetivos de los que se parte. Prometer el fin del estrés es como prometer el fin de las lesiones si uno practica deporte con técnica y de acuerdo a un método. Por supuesto que la técnica es importante pero existe un elevado porcentaje de imprevistos que no dependen de uno mismo y si de las circunstancias la vida.
De cualquier forma, ojalá resultara tan sencillo; lamentablemente no lo es. Durante las primeras semanas de programa descubren que el estrés es parte de la vida y que el objetivo último no consiste en eliminarlo, sino en aprender a vivir con él, entablando una relación más saludable y equilibrada.
¿Pero cómo se hace? se preguntan muchos. Desde la atención plena o Mindfulness podemos nombrar algunas estrategias que entrenamos en los programas como aprender a:
1. Parar, observar y tomar consciencia de las sensaciones, emociones y pensamientos que surgen en el momento. La idea es familiarizarnos con ellos, conocerlo para que no sucedan en automático, de forma inconsciente.
2 Aceptar que en la vida hay momentos difíciles por los que tenemos que pasar (cambios de trabajo, perdidas, conflictos en las relaciones que generan inquietud, preocupación, estrés) y que no podemos cambiar por más que queramos.
3.Orientar nuestra atención hacia el presente para no viajar en exceso hacia el futuro o el pasado donde habitualmente pasamos gran parte del día y donde generalmente sufrimos. Los estudios indican que el 47 % de nuestro día estamos en otra cosa distinta a la que hacemos. Esto es casi la mitad de nuestro día.
Pero antes de continuar y para no dar nada por sentado conviene que revisemos que entendemos por estrés desde una perspectiva histórica y con cierta amplitud. Comencemos por la primera mitad del siglo XX, recordando que estrés en griego significa “tensión” y que ya había sido empleado en ámbitos como la mineralogía para hacer referencia a la resistencia que ejercían los alótropos o diamantes a ser rayados. En 1911 se utilizó por primera vez en el ámbito científico de la mano del fisiólogo inglés Walter Canon, quien descubrió accidentalmente la influencia de factores emocionales en la secreción de adrenalina. Posteriormente el mismo Cannon continuaría investigando los tipos de respuesta ante situaciones de estrés, descubriendo la lucha y la huida como principales, e introduciría un concepto clave dentro de este campo: la homeostasis, que significa equilibrio del organismo.
En la misma época el austriaco Hans Selye, descubrió cómo las circunstancias adversas podían tener un impacto fisiológico en los animales de laboratorio denominando a la colección de síntomas que presentaban “síndrome de adaptación general” o síndrome de estrés. Posteriormente se interesaría por la capacidad de las personas para enfrentarse y adaptarse a las consecuencias de lesiones o enfermedades, situaciones todas ellas estresantes en si mismas.
Como vemos estos autores y otros de la época concebían la idea de estrés a través de términos de tipo «fisiológico» como: regulación, homeostasis o adaptación del organismo al medio para asegurar la supervivencia. Pero el concepto evolucionó y posteriormente, en los años 80, de la mano de los psicólogos norteamericanos Lazarus y Folkman el termino experimentó una revolución al situarse el foco en los factores psicológicos y ensalzar la interacción entre la persona y su entorno. Desde esta nueva perspectiva, una situación resultaría estresante no solo dependiendo de la respuesta física del organismo sino de la “evaluación cognitiva” (subjetiva) que la persona hiciera de la misma. Dicho de otra forma, una situación resultaría potencialmente estresante cuando la persona percibiera que sus propios recursos y su bienestar estaban en peligro.
Pero saltemos de la teoría a la practica y veámoslo con un ejemplo. Imagina que durante una crisis económica se reduce la plantilla de tu empresa y aumenta tu carga de trabajo habitual. De repente te encuentras con más trabajo que antes y menos compañeros para sacarlo adelante. Si, además, añadimos que tu situación personal es exigente, puesto que eres madre de un niño pequeño que precisa de una amplia parte de tu tiempo, tu valoración de la situación se verá condicionada notablemente pudiendo producir cambios en tu forma de vivirla y afrontarla.
Pero conviene no olvidar que lo que percibimos varia significativamente de una persona a otra. Dependiendo de las gafas con las que observemos una situación determinada, sentiremos mayor o menor tensión, ansiedad, estrés. Siguiendo con el ejemplo anterior, y dándole la vuelta, tal vez ocurra que otro empleado de la misma empresa apenas experimente estrés al traerle sin cuidado la acumulación de trabajo y al no tener hijos. ¿Qué ve uno y que ve otro? Algo muy distinto seguramente. Y verlo distinto lo cambia todo puesto que nos hace vivir la situación con mayor o menor tensión, preocupación, angustia etc.
En este sentido parar, observar y darnos tiempo para ver las cosas con claridad es algo que podemos ejercitar y desarrollar a través de la práctica de Mindfulness. Contemplar la misma situación desde distintas perspectivas, alimentando la curiosidad, constituye un buen ejercicio para hacerlo. Se trata de algo muy antiguo que ya se ejercitaba en la antigua Grecia hace miles de años. El mismísimo Sócrates, cuyo método principal se basaba en que «no sabía nada», exploraba a través del cuestionamiento y la interrogación múltiples puntos de vista con el objetivo de analizar en profundidad una situación concreta ¿Sería posible hacer lo mismo con el estrés?
Continuará…