La investigación a nivel cerebral nos indica que existen tres tipos de empatía: la empatía cognitiva que nos permite comprender que es lo que la otra persona está pensando así como la perspectiva o punto de vista que adquiere en diversas situaciones. La empatía emocional que hace referencia a cuando sentimos lo que la otra personas está sintiendo. Y un tercer tipo al que denominamos preocupación o cuidado empático y que es donde reside el elemento compasivo que abordamos en este texto.

La palabra empatía se introdujo en el siglo XX en la lengua inglesa como una traducción de una palabra alemana “Einfühlung” que podía traducirse como “sentir con». La empatía cognitiva no conlleva dicho sentimiento pero si la empatía emocional cuyo eje central hace referencia a sentir en tu propio cuerpo lo que la persona que sufre parece estar sintiendo.

Pero si lo que sentimos nos enfada y nos produce dolor,  a menudo nuestra respuesta habitual es desconectarnos de ese sentimiento, lo que nos ayuda a encontrarnos mejor  (puede ser adaptativo) pero bloquea la acción compasiva y de ayuda sobre otras personas.

Esta acción automática e instintiva “de desconectarnos” puede observarse en el laboratorio cuando se muestran diversas imágenes de gente que experimenta un sufrimiento muy intenso, como un hombre quemado con la piel derritiéndose, un accidente muy grave etc.

La compasión emerge cuando aceptamos lo que está ocurriendo (especialmente cuando es doloroso y desagradable) sin desconectarnos ni darnos la vuelta.  Esto supone un paso esencial para  emprender acciones de ayuda sobre otras personas que sufren o lo pasan mal.  ¿Podría la meditación y el entrenamiento en compasión armonizar este desequilibrio, ayudándonos a manejar  de otra manera las emociones que surgen en ese momento frenando la tendencia a desconectarnos?

Investigadores del Max Planck Institute de Alemania en Leipzig enseñaron a diversos participantes voluntarios una de las versiones de la práctica de meditación “loving kindness” o bondad amorosa que es como se traduce al español. Los voluntarios entrenaron durante 6 horas de práctica en una sesión presencial y posteriormente 2 horas de práctica entrenando en casa.  Previo al entrenamiento los participantes habían sido expuestos a diversos vídeos con gente sufriendo y únicamente los circuitos cerebrales relacionados con la empatía empática habían mostrado activación. De alguna manera, podríamos decir que sus cerebros reflejaban los  estados de las víctimas que sufrían, como si les estuviera ocurriendo a ello también.  Esta experiencia produjo enfado y resentimiento en los participantes lo que señala “la resonancia  o eco emocional” que generan estas experiencias y que en este caso se transfirió de las víctimas a los participantes.

Posteriormente se pidió a los voluntarios que empatizaran con los vídeos, es decir, que compartieran las emociones de la gente que estaban observando.  Dicha empatía, según mostraba los escáneres de resonancia magnética funcional o FMRI activó circuitos centrales de la ínsula, áreas que se activan cuando sufrimos. Indicando que la empatía refleja el dolor que sentimos al ver sufrir a otros.

No obstante lo interesante del experimento vino cuando otro de los grupos recibió entrenamiento en prácticas de compasión (que se centran en sentir bondad y amor por otros que sufren).  Sus cerebros activaron un grupo de circuitos muy diferente al de la empatía, estimulando zonas cerebrales que tiene relación con el amor parental por el niño.

Estas diferencias se percibieron sólo después de 8 horas de práctica. Esto nos muestra como esta visión positiva o de conexión con el que sufre puede ayudarnos a lidiar de nuevas maneras con las experiencias de dolor (gestionando de otra manera las emociones) e impulsarnos a ayudar en vez de simplemente a notar y sentir.

En los países del este asiático el nombre Kuan Yin simboliza “el despertar compasivo” y se traduce como “aquel que escucha y oye los llantos del mundo para poder acudir y ayudar”  

  (extracto de The Science of Meditation : Goleman y Davidson)