La conciencia se amplia y se contrae. En ocasiones parece inabarcable, otra se presenta limitada y restringida. En cualquier caso, no es algo binario, polar, de blancos y negros si no que alberga matices y gradientes. No conviene hablar de todo o nada sino de niveles ya que resulta difícil medirla y ubicarla en la principal sede donde se aloja, nuestro cerebro.

Podemos hablar de dos tipos: la fenoménica y la de acceso. La primera guarda relación con los estímulos, los colores, las formas, los sonidos y las sensaciones somáticas como el dolor, el hambre. La segunda hace referencia al acceso a información de alto nivel como puede ser: centrar la atención, razonar, tomar decisiones, controlar el comportamiento. Ambas son importantes y pueden estudiarse.

Desde la antigüedad su estudio ha despertado un gran interés en los distintos sabios, filosófos y científicos de la época. Hipócrates en el siglo V ac realizó una exposición donde relacionaba la conciencia con el cerebro. Contemporáneos suyos como Aristóteles – quien afirmaba que la mente residía en el corazón – también se interesaron al igual que los médicos Alejandrinos que hablaban del penuma o spiritus en latín refiriéndose a la misma. Posteriormente Galeno y luego Descartes investigaron sobre ella también. Este último propuso una explicación de la misma a medio camino entre la física y la filosofía que ha ejercido gran influencia en la posteridad. De cualquier forma, muchos de ellos apuntaron a que la conciencia podía tener una sede muy concreta en el cuerpo, concretamente en el cerebro.

La investigación actual revela que la conciencia se encuentra limitada por nuestra capacidad para percibir y procesar la información. Un ejemplo de ello lo constituyen nuestros sentidos; los cuales presentan limitaciones en términos de lo lejos que pueden detectar estímulos, así como del tipo de información pueden recopilar. Conviene recordar que nuestra atención consciente también es limitada y que las cosas a las que podemos prestar atención de forma simultánea resultan finitas. La práctica de la atención plena o mindfulness puede ayudarnos en este sentido ampliando nuestra percepción y potenciando nuestros sentidos. Los estudios revelan amplios beneficios como el aumento de la concentración, la autobservación o la consciencia corporal después de sucesivos entrenamientos semanales.

Pero volvamos a la conciencia en sí, y recordemos que en este artículo hemos decidido tratar de la misma manera que la consciencia, aunque en la etimología de ambas palabras haga referencia a aspectos distintos.

De acuerdo a la investigación parecen existir unos mínimos de conciencia. Los máximos aún están por delimitar. En 2006 un estudio británico a través de mediciones con resonancia magnética funcional detectó actividad cerebral en un paciente en estado vegetativo. Posteriormente este tipo de estudios ha sido replicado repetidas veces con éxito.

En la actualidad se han multiplicado los indicios de que subsisten redes cerebrales en los pacientes con un estado mínimamente consciente, que se manifiesta por consciencia intermitente del yo o del entorno y que existe la posibilidad de mantenerla activa generando estimulación eléctrica a través del Tálamo cerebral.

Por tanto, los mínimos de conciencia conllevan darse cuenta de: uno mismo, de los otros y del entorno y el mundo que nos rodea.

Varios estudios con seres vivos y animales reflejan rasgos de consciencia cuando se les somete a pruebas diversas. Un ejemplo de ello lo constituye el test del espejo, el cual sólo superan aquellos seres que al mirarse pueden reconocer y distinguir su imagen sin confundirse con ella. Especies como los primates, las ballenas y otras familias pasan la prueba con éxito notable.

Desde la perspectiva de la neurociencia y la investigación cerebral, los estudios muestran que existen zonas donde la conciencia parece expresarse con mayor claridad como la ínsula, que representa un centro de importante fusión cerebral. En la misma línea, la corteza cingulada anterior también parece estar íntimamente implicada en la toma de consciencia. No obstante, resulta difícil demostrarlo y es necesaria mayor investigación para poder dilucidar y concluir con firmeza.

Desde otra óptica, no podemos olvidar que las enfermedades también constituyen un ámbito de especial relevancia e interés en lo que a dibujar y trazar los límites de la consciencia respecta. Diversas patologías y condiciones de salud parecen influir directamente sobre la consciencia. Un ejemplo de ellos lo constituyen los trastornos del espectro psicótico (por ej la esquizofrenia), los cuales, en su mayor parte, se relacionan con una importante pérdida de conexión con la realidad y por ende con la disminución de la consciencia de uno mismo, los otros y el entorno.

Técnicas como la opto´genetico y avances en el mapeo cerebral permitirán en un futuro no muy lejano vislumbrar con mayor claridad este misterio, que en parte, sigue siendo ser consciente.

Quizás en el futuro con la investigación el conócete a ti mismo de un paso para convertirse en mírate a ti mismo