La rabia es una emoción universal cuya principal función adaptativa es quitar los obstáculos que nos frustran o nos impiden conseguir lo que queremos. En la raíz de la rabia siempre subyace un obstáculo que nos impide cumplir un deseo.  A veces podemos sentimos poderosos cuando experimentamos este tipo de emoción, pero con frecuencia no resulta una forma eficaz de empoderamiento a largo plazo.

Las respuestas habituales y más automáticas cuando experimentamos este tipo de emoción son: expresarla, suprimirla, alimentarla con historias de culpa y victimización. De esta forma, la rabia se retroalimenta al echar más leña al fuego.

«Aferrarse a la rabia es como agarrarse a un carbón candente con la intención de arrojárselo a otro. El único que se quema eres tú mismo» (Buda)

Cuando experimentamos la rabia, el cerebro primitivo nos señala que algo necesita ser cambiado.  Se activa la amígdala, responsable de nuestras reacciones viscerales y del centro general de alarma. Mindfulness nos ayuda a  calmar y reducir el nivel de activación, transformando las semillas destructivas en algo que sea beneficioso. Se propone «actuar y no reaccionar»

Sin la rabia quizás no cambiaríamos las cosas injustas o cosas que nos molestan pero se trata de sentir rabia hacia la acción o la situación, no hacia la persona. Según el Dalai Lama nos mostraríamos “airados con la acción, pero compasivos con la persona»

El remedio para la rabia, por tanto, es el desarrollo de Mindfulness o Atención Plena y algunas de sus actitudes como:  la paciencia, la amabilidad y la compasión. La solución no es ni reprimirla ni expresarla, sino transformarla. Cuando la rabia se reprime puede reaparecer en forma de estallidos de ira. No obstante, cuando se expresa refuerza los circuitos cerebrales que alimentan esta pauta habitual de reacción promoviendo una respuesta automática difícil de canalizar. Por tanto, repetimos de nuevo: Mindfulness para desarrollar: paciencia, amabilidad y compasión.

La siguiente cita de Eduardo Galdeano profundiza sobre el tema en cuestión:

«Ser boca o ser bocado, cazador o cazado. Ésa era la cuestión. Merecíamos desprecio, o a lo sumo lástima. En la interperie enemiga nadie  nos respetaba y nadie nos temía. La noche y la selva nos daban terror. Éramos los bichos más vulnerables de la zoología terrestre, cachorros inútiles, adultos pocacosa, sin garras ni grandes colmillos, ni patas veloces, ni olfato negro.
Nuestra historia primera se nos pierde en la neblina. Según parece, estábamos dedicados no más que a partir piedras y a repartir garrotazos.
Pero uno bien puede preguntarse: ¿no habremos sido capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habría durado más que un ratito en el mundo?»