Vivimos tiempos de cambios constantes, en donde parece que las cosas se escurren con suma facilidad. Cómo ya preconizaba hace algunas décadas el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, la modernidad de hoy es cada vez más “liquida”; refiriéndose a que no se fija en un espacio y tiempo determinado y a que se desplaza con facilidad.
La ausencia de solidez, propicia un estilo de vida que tiende a escurrirse, favoreciendo un predominio de la discontinuidad y de la falta de compromiso con las acciones, metas y propósitos de una vida a largo plazo. Esta ausencia de estabilidad ejerce un impacto transversal en diversos ámbitos de nuestra vida como: el laboral, el familiar, el de la intimidad y la pareja o el climático.
No es casualidad que palabras y mensajes como: fluidez, agilidad, adaptabilidad o sostenibilidad imperen en el lenguaje empresarial y organizacional de hoy en día.
Y es que adaptarse se torna imprescindible en un contexto tan efímero y cambiante. Sin apenas percatarnos, resulta fácil descubrirse en constante aceleración, tomando decisiones de forma abrupta y veloz. Todo este guiso repercute en la sensación de incertidumbre, que aumenta al mismo ritmo que lo hace el desasosiego y la agitación.
En este sentido, conviene recordar orientar nuestra atención hacia el presente a través de la plena consciencia, reduciendo la velocidad para recuperar cierta estabilidad interna. Habitar en el aquí y ahora puede ser una práctica útil para afrontar la falta de certeza y adaptarse con mayor facilidad a las circunstancias cambiantes del momento.
A su vez, puede ayudarnos a contrarrestar la tendencia hacia la fragmentación y la desconexión que la sociedad líquida acrecienta. Al elegir cultivar una mayor atención y compasión hacia uno mismo y los demás, se pueden fortalecer los lazos sociales, fomentando una mayor empatía y solidaridad hacia la sociedad y la comunidad en la que vivimos.
Pero volvamos por un momento a lo liquido y continuemos revisando las consecuencias y riesgos que este sistema de vida entraña.
Esta realidad también afecta a los vínculos y a las relaciones que establecemos a largo plazo, promoviendo que generemos lazos afectivos más frágiles. Los múltiples estilos de pareja que existen en la actualidad podrían constituir un buen ejemplo de ello. Se habla de poliamor y de la libertad y diversidad que adoptan las relaciones de intimidad hoy den día. Sin embargo, la realidad es que al contar con tantas opciones podemos dispersamos y perder fuerza en los compromisos que asumimos. El riesgo que conlleva cambiar de pareja y amistad con tanta agilidad nos hace olvidar la estabilidad que los vínculos sólidos y antiguos producen en nuestra vida
Y es que no solo nos establecemos vínculos afectivos con personas. También lo hacemos con objetos físicos. El filósofo Yul Chun Hanh en su último libro “no cosas” hace referencia a la forma en que ha cambiado nuestra relación con los objetos materiales en los últimos tiempos. Argumenta que la era digital a pesar de sus muchas ventajas, dificulta que nos vinculemos afectivamente a las cosas, es decir, a los objetos, tal y como ocurría tiempos atrás.
Dicho de otra forma. Antes era fácil sentir afecto por nuestro radiocasete, disco o libro de papel. Ahora, con frecuencia, esto no es posible ya que todos estos objetos se ubican y almacenan en el mismo lugar (al menos en su amplia mayoría) experimentando con ello una pérdida de individualidad y entidad física. Evidentemente, esto conlleva ventajas, en lo que a agilidad, velocidad y facilidad se requiere, sin embargo, entre sus inconvenientes destaca que todo se homogeniza y que la diferenciación entre un elemento y otro desaparece.
De esta forma, la interacción entre la persona y el: whatsapp, Facebook, spotify o email se experimenta bajo un mismo y único formato; el dispositivo digital . De esta forma se reduce la singularidad y se envuelve todo bajo un único paraguas de similiaridad.
De la misma forma, con la llegada del empleo en remoto, la separación entre horas laborales, familiares o de ocio, se diluye y la diferenciación entre un espacio y otros se confunde. La vida personal y laboral coexiste de forma indiferenciada lo que propicia que lo uno se mezcle con lo otro sin pausa.
Todo ello tiene un lado positivo, pero también entraña riesgos como el estrés de estar en conexión permanente sin asentar limites que nos protejan y preserven nuestra salud.
La agilidad continua en la que vivimos impide que paremos y conectemos con nosotros mismos. De esta forma, nuestra hoja de ruta de vida se difumina, impidiendo que establezcamos direcciones y prioridades firmes y relevantes para nosotros. La constante distracción a la que la vida nos somete, a través de tareas, actividades y objetivos inabarcables, nos sume en una rueda de hámster que relega nuestros sueños y necesidades profundas a un segundo plano.
Las consultas psicológicas están desbordadas de personas que padecen crisis existenciales, que han perdido la ilusión y la motivación por vivir. La falta de sentido en sus vidas es acuciante y tiende a solaparse con la falta de consciencia sobre lo que es realmente importante para ellas en la vida. A menudo se ven atrapadas, como el hámster, entre sus quehaceres diarios y a menudo enfocadas en actividades y reflexiones que a corto plazo parecen ayudarlas, pero a medio y largo plazo terminan por sumarlas en mayores dudas y tristezas. Por si fuera poco, el miedo al cambio y a lo que pueden ganar o alcanzar resulta tener menor peso que el miedo a lo que pueden perder o dejar de tener.
A menudo incrementa esta dificultad, que resulta aterrador dar pasos en la dirección que uno desea porque el entorno más cercano no apoya esa dirección. Es decir, los padres, la familia o los amigos, a veces, se posicionan en contra de los sueños de la persona… quien quizá anhela un trabajo distinto a la carrera que estudió, una pareja distinta que le comprenda, o simplemente permiso para explorar la vida desde otro lugar, con apertura, flexbilidad y curiosidad para reinventar su vida.
Según la filósofa Emily Esfahani los cuatro pilares para cultivar una vida con sentido son: la pertenencia, que hace referencia a un tipo de relación en donde nos sentimos valorados por ser quien somos, de forma intrínseca (cuando nos sentimos rechazados la persona reduce la probabilidad de hallar sentido).
El próposito es el segundo pilar, e implica que aportemos algo a alguien o a los demás. Por ej encontrar la cura contra una enfermedad o cuidar a los hijos. De alguna forma, conlleva conectar lo que hacemos con algo más amplio.
El tercer pilar es la trascendencia, que podría definirse como estar conectado a algo más grande que uno mismo. Podemos alcanzarla de múltiples formas, a través de: movimientos colectivos, activismo social, artes como la danza o el baile, la música, la meditación etc. Esto organiza y estructura la manera en que estamos en el mundo.
El último pilar es la narrativa, y guarda relación con aquello que nos contamos a nosotros mismos. Dicho de otra forma, lo que nos decimos sobre quien somos y como hemos llegado a ser como somos. Revisar la historia que nos contamos nos permite evolucionar y modificarla de forma que nos permita avanzar e ir hacia adelante.
¿Pero qué relación guarda la atención plena con los valores y el sentido de la vida?
A través del entrenamiento en Mindfulness, las personas pueden cultivar una mayor claridad mental y una comprensión más profunda de sí mismas. Al estar en sintonía con sus valores, pasiones y talentos, pueden comenzar a discernir lo que les da significado y propósito en la vida.
A su vez, puede permitirles vivir de manera más auténtica, encontrando un mayor sentido de satisfacción y realización en lo que hacen. Desarrollando una mayor autoconciencia, las personas pueden descubrir lo que es realmente significativo para ellas y encontrar formas de contribuir de manera significativa al mundo que las rodea.