Además de mejorar el bienestar y potenciar nuestra capacidad de atención, otro de los beneficios de la atención plena se centra en desactivar nuestro sentido de identidad o yo. Este tiene que ver con cómo nos vemos a nosotros mismos. Como seres humanos, y dada la cultura individualista en la que vivimos inmersos, tendemos a centrarnos mucho en nosotros mismos reflexionando una y otra vez sobre cómo somos, como nos comportamos y porque pensamos de esta u otra forma. Este hábito mental favorece que con frecuencia nos preocupemos en exceso lo que nos generan malestar y sufrimiento.
La investigación científica de los últimos años destaca un área cerebral denominada red neural por defecto que involucra una amalgama de estructuras que van desde la parte posterior a la anterior del cerebro. Esta red se activa cuando no estamos haciendo nada (por ejemplo en la cola del supermercado, en la cama antes de dormir, cuando esperamos a alguien con quien hemos quedado a comer…) y dispara pensamientos que tratan de encontrar soluciones a diversos problemas y que habitualmente versan sobre lo que hemos hecho en el pasado y lo que haremos en el futuro. Cuanto más pensamos sobre quienes somos más se refuerza nuestra identidad (por ejemplo soy economista, me llamo Juan y se me da bien jugar al tenis, no soy muy sociable, viví en Madrid, tuve muchos amigos en la universidad no como ahora…)
Varios estudios e investigaciones como las realizadas por Judson Brewer y su equipo en su etapa en la Universidad de Yale (antes de ser el director del Center for Mindfulness en MA y posteriormente de formar parte de la universidad de Brown) exploraban cómo reducir y desactivar esta inercia a centrarnos y situar el foco en nosotros.
En uno de estos estudios se comparaban meditadores novicios con avanzados (los veteranos tenían + de 10.500 horas de práctica). Parte del estudio reveló que los practicantes veteranos tenían una menor conexión con la red neural por defecto que los principiantes cuando estaban en estado de reposo (sin hacer nada) antes de realizar los ejercicios de Mindfulness que se les proponían. En la misma línea, un estudio de la universidad de Emory reveló una menor activación de esta región en los practicantes avanzados mientras realizaban ejercicios de atención a la respiración. Estos estudios reflejan que cuanta más práctica de Mindfulness acumulada en el tiempo tenemos menor fuerza tiene la red neural por defecto que activa los circuitos de preocupación sobre nosotros mismos.
A su vez, las investigaciones realizadas por Richard Davidson y su equipo de la universidad de Wisconsin encontraron que practicantes con más de 7500 horas de práctica de meditación tenían menor volumen de materia gris en el núcleo acumbens (región implicada en el placer y las adicciones y que forma parte del circuito de premio – recompensa del cerebro) que otros participantes de la misma edad sin experiencia de práctica. Parece ser que un núcleo acumbens más pequeño conlleva menos pensamientos autorreferenciales, es decir, sobre uno mismo. Por tanto y en resumen, muchas horas de práctica de mindfulness parecen alterar la estructura de esta parte del cerebro reduciéndola y con ello disminuyendo nuestra propensión automática a pensar y preocuparnos por quienes somos.
Los autores del libro, Davidson y Goleman hacen referencia al concepto “pegajosidad de los pensamientos” (la fuerza con la que se agarran los pensamientos) y señalan que la manera de reducir esta pegajosidad a pensar y darle vuelta a como somos es la práctica de Mindfulness.
El entrenamiento en atención plena disminuye el ruido y la preocupación de forma momentánea en meditadores principiantes, pero parece transformarse en un rasgo estable en meditadores avanzados. Dicho de otra forma, los meditadores veteranos se preocupan y gastan menos energía en pensar y darle vueltas a quienes son y al porqué de como son.
(Extracto de The Science of Meditation: Daniel Goleman y Richard Davidson)