Aunque limitada, sin ella vivir no podemos y con el paso del tiempo a valorarla más tendemos. Enfermamos y nos deprimimos si la consumimos, y aunque a veces nos sobre, cuidarla y preservarla debemos para el beneficio propio y de la especie. ¿A que nos estamos refiriendo? Ni más ni menos que a ese flujo vital e imprescindible para la vida que llamamos energía.
Resulta tan necesaria para la vida. Sin ella no podemos explorar, crear, emprender o hacer frente a los desafíos del día a día. Se trata de ese impulso, mecha, motor, que espolea al ser humano a hacer cambios tanto en su geografía personal, como en la de los otros y el mundo que le rodea.
No todo el mundo genera la misma cantidad; es una realidad. A lo largo de la vida, su flujo e intensidad varía y con el paso del tiempo, en el transcurso entre la juventud y la veteranía su fuerza e impulso amaina. Conviene cuidarla y preservarla puesto que de ella dependen nuestros deseos, motivaciones y estados de ánimo entre tantas otras cosas.
Es habitual observar distintos niveles de energía en las personas. Niños, amigos, compañeros de trabajo, parejas… cada uno refleja una vitalidad única e irrepetible. Con el tiempo las diferencias de unos y otros tienden a ajustarse y pueden complementarse si conviven o entran en relación.
En el caso de la pareja, los excesos de uno terminan por compensar los déficits del otro, y en ocasiones, de ese conjunto, emerge una melodía única e irrepetible. En tales casos, sin entenderse bien como, la lentitud se equilibra con la velocidad, el silencio con la palabra y la seriedad con la risa permitiendo que la energía se adapte y canalice de la misma forma que el agua lo hace sobre el recipiente sobre el que se vierte. Por supuesto, ojalá todo fuera tan utópico y melódico; pero la cruda realidad es que en muchos momentos la energía se estanca y deja de fluir generando tapones, bloqueos y un sinfín de dificultades que pueden dar al traste con la relación.
Pero antes de continuar veamos que se ha dicho y escrito sobre este elemento imprescindible para la vida. La historia está llena de autores y pensadores que han escrito y reflexionado sobre ella. Revisemos algunos de los más relevantes dentro del ámbito psicológico:
A principios del siglo XX el doctor Sigmund Freud hablaba de energía en sus escritos psicológicos refiriéndose a ella como pulsión o libido cuyo núcleo principal se centraba en el terreno sexual. El impulso hacia la vida coexistía a la par que su contrario, la pulsión hacia la no vida (muerte) que el médico vienés denominó tánatos. La expresión de la energía vital del organismo a través de la sexualidad resulta evidente no solo en mamíferos sino en todo el conjunto del reino animal. Requerimos de energía para multiplicarnos, expandirnos, así como para garantizar la preservación de nuestra especie ya sea por medio de la lucha o la huida entre otras tantas estrategias. A su vez, el creador del psicoanálisis, también hablaba de la represión de la energía y de su desplazamiento y canalización hacia otras cosas como medio para la supervivencia; termino que acuñó como sublimación.
Posteriormente, las investigaciones del médico austriaco Whilem Reich, nacido a principios del siglo XX, darían forma y lugar a la bioenergética, concepto y disciplina que décadas más tarde, con su discipulo Alexander Lowen a la cabeza, desarrollarían este movimiento cuyo eje principal persigue favorecer la economía de la energía al investigar como la estructura corporal del individuo limita o posibilita su flujo y descarga. Este enfoque asigna especial relevancia a los fenómenos somáticos (corporales) integrándolos en una mirada unitaria junto a lo psíquico y emocional.
Continuando con la perspectiva biológica, pero más allá del aspecto reproductivo, la energía es esencial para hacer frente a momentos de estrés e incertidumbre. Nuestro sistema nervioso precisa de gasolina que nos permita adaptarnos y sobrevivir a amenazas y peligros. Sin embargo, la cantidad y el uso que hacemos del carburante varía según la situación, la persona y la biografía que la conforma.
En este sentido, cuando experimentamos algún suceso traumático (accidente, pérdida, o tal vez simplemente un momento de estrés agudo que nos supera) uno de los problemas más habituales tiene que ver con la congelación de la energía por parte de nuestro organismo. De acuerdo a las investigaciones del doctor Peter Levine, el trauma provoca desconexión corporal, conduciendo a una pérdida de relación con el cuerpo propio así como con las personas y el entorno que las rodea.
Cuando hablamos de trauma hablamos de inmovilidad y de colapso de energía en regiones concretas del cuerpo. Determinadas áreas sufren un exceso de energía y otras un déficit, propiciando con ello un desequilibrio. Pero veámoslo con un ejemplo. Si por ej de pequeño sufriste el ataque de un perro puede que en ese momento el movimiento de correr o bien de poner los brazos para protegerte, se viera interrumpido, generando inmovilidad y contención energética al no poder llevarse a cabo.
En su libro sanar el trauma, el doctor Levine, recurre a ejemplos de la vida animal para explicar cómo estas respuestas tienen lugar. Un ejemplo habitual es el de la sabana africana, donde el Impala apresado, responde con inmovilidad al ataque del guepardo, al contener la energía y apagar su sistema nervioso. Fingir la muerte, en este caso, eleva las opciones de supervivencia con respecto a estrategias más habituales como luchar o huir.
Sin embargo, para que esto funcione y haya opciones de poder contarlo, el guepardo debe optar por arrastrarlo y abandonarlo unos minutos para atraer a sus crías al banquete familiar. El Impala dispondrá de unos minutos para huir y salvar la vida en dicho escenario. Si esto no ocurre y el felino decide engullirlo, la desconexión del sistema nervioso facilitará una muerte menos sufrida para el animal. Esta opción genera una especie de anestésico natural que amortigua el dolor además de desconectar la consciencia del animal.
Tal y como indica el autor, el miedo que desarrollamos hacia nuestro propio cuerpo durante el trauma dificulta que podamos hallar seguridad de nuevo en él a posteriori. Recuperar la seguridad conlleva adquirir mayor consciencia y sabiduría sobre nuestra corporalidad. Para hacerlo, conviene entrenar la capacidad de sentir sensaciones desagradables de forma consciente sin irrumpir en pánico, huida o desconexión somática. Esto es algo que entrenamos con la práctica de Mindfulness o Atención plena.
A su vez, es uno de los elementos nucleares de la Psicoterapia Sensoriomotriz; modelo desarrollado por la psicóloga norteamericana Pat Ogden cuyo objetivo se centra en ayudar a la persona a liberar la energía contenida a través de la consciencia somática. Al reiniciarse el proceso que en su momento se vio interrumpido, las acciones que entonces no pudieron completarse pueden finalizarse ahora, en el momento presente, con consciencia y seguridad. Por ej si tuve un accidente y no pude poner las manos o defenderme del ataque. Completar posteriormente el movimiento, osease, estirar los brazos y poner las manos, facilita la liberación de energía contenida en la estructura corporal, favoreciendo la sanación de la herida traumática. La liberación con frecuencia adopta la forma de temblor, cambios de temperatura de frio o calor, así como variaciones en los niveles de tensión a lo largo del cuerpo de la persona.
Revisemos y profundicemos un poco más entonces; habitar el presente y estar aquí y ahora es básico para procesar e integrar sensaciones desafiantes vinculadas a las experiencias traumáticas. Sino integramos (tomamos consciencia y procesamos cognitiva y corporalmente) los sucesos que en su momento nos paralizaron y abrumaron tendemos a seguir propiciando nuevas situaciones que nos hacen reexperimentar el dolor que vivimos en su momento. Por ej si me sentí abandonado, inconscientemente puedo provocar que en mis relaciones me abandonen de nuevo reviviendo así una y otra vez el momento doloroso.
Pero como venimos infiriendo, procesar mentalmente lo ocurrido no es suficiente. Para sanar el trauma conviene integrar las sensaciones que se activan en nuestro cuerpo (colapso, tensión, dolor) para desatascar la energía y poder sanar la herida.
Estar en contacto con uno mismo y con las sensaciones que se experimentan es básico para el buen funcionamiento de la persona. Las investigaciones en el campo de Mindfulness o atención plena han demostrado que entrenar la atención y la consciencia ayuda a mejorar nuestra propiocepción potenciando paralelamente el sistema interoceptivo. Este sistema tiene que ver con la consciencia de los órganos internos.
A su vez, diversas líneas de investigación como señalan Davidson y Goleman indican que la práctica continuada reduce nuestro consumo metabólico con las repercusiones energéticas que ello conlleva. Algunos estudios longitudinales muestran como los atletas de la meditación (personas con más de 10000 horas de práctica) realizan un significativo número menor de respiraciones que el resto de los mortales, logrando reducir el consumo energético con respecto al resto de los mortales.
Mantener nuestra energía a lo largo de la vida requiere de consciencia y conocimiento corporal. Descubrir de que forma podemos alimentar nuestra energía y facilitar su flujo también pasa por sanar heridas que bloquean e interrumpen su curso. Sin embargo, aprender a preservarla y administrarla con cuidado también es algo necesario y que no debemos olvida. Aun siendo limitada, podemos aprender a administrarla y a hacer un uso saludable que prevenga la enfermedad y potencie nuestra integridad y bienestar.
Gracias, muchas gracias por estos magníficos artículos. Los he guardado todos para leerlos, ya comencé. Mi fibromialgia les necesita!!!!!!
Gracias Jennifer, nos alegra saber que los artículos son de utilidad para ti y que repercuten favorablemente en tu salud. Gracias por tus comentarios