Con frecuencia la fuerza tiende a asociarse al volumen, el portento físico,  la musculatura y el aguante.  Sin embargo, pocas veces se asocia a la flexibilidad y a la capacidad de  adaptación que tan determinantes resultan en múltiples escenarios.

Cuando la tormenta se acerca, la elasticidad del junco se desenvolverá de forma distinta a la solidez y robustez del árbol que la encara. La fuerza y rigidez de este último, quizá le permita sostenerse en pie por mucho tiempo, pero si la embestida aumenta acabará por ceder y partirse. Tener flexibilidad para doblarse y adaptarse hará del junco un candidato más resiliente a la hora de la verdad. Por tanto, flexibilidad y capacidad de adaptación resultan características esenciales para resistir.

Siguiendo con la naturaleza, que tal vez sea la mejor de las maestras, la canadiense Brigitte Lavaoie usa el ejemplo de la planta “papever californicum” para ilustrar cómo esta especie es capaz de nacer y florecer en suelos que han sido calcinados. Su semilla puede esperar más de 40 años de forma latente para encontrar las condiciones correctas para su desarrollo. Aunque no siempre es así, pienso en países que han sufrido dictaduras, terrorismo y como estas experiencias previas, a modo de suelo quemado, han impulsado la mejora de las condiciones sociales, el aumento de derechos y libertades a largo del territorio. A veces es necesario transitar situaciones adversas para potenciar el aprendizaje y la mejora.

Una frase emblemática de la psicología de la Gestalt reza:

El todo es mayor que la suma de las partes

En este sentido, la dureza y la resistencia son componentes importantes pero no suficientes por sí mismos. Aislados derivan en una ecuación incompleta.  Cuando se combinan con la flexibilidad, la adaptación y la amabilidad la resiliencia incrementa. Conviene recordar que el amor y el buen trato constituyen elementos esenciales para añadir a este cocktail fortaleza mental, emocional y corporal .

El Dalai Lama afirma que no podemos querer a los demás si no empezamos por querernos a nosotros mismos.  Dentro del ámbito de la atención plena o Mindfulness, existe una corriente denominada compasión; cuyos ejercicios y prácticas se dirigen a cultivar la amabilidad y el buen trato hacia los demás y hacia uno mismo (autocompasión).

En esta misma línea, existen ejercicios que entrenan cualidades como la alegría empática – la alegría de que a los demás les vaya bien en la vida – y la interconexión, que apunta a tomar consciencia de la conexión con los demás y a sentirla somáticamente. No solo con personas, sino también con seres vivos como animales o plantas.

Este entrenamiento resulta de gran ayuda no sólo para que nos sintamos menos solos, sino también para tomar distancia de nosotros mismos y quitarnos importancia. Hoy en día, reducir el pensamiento autorreferencial, ese que versa principalmente sobre nosotros mismos y todo aquello que nos ocurre, resulta muy beneficioso para nuestra salud mental.

Precisamos de ampliar las miras y salir del ensimismamiento para con nosotros mismos, pero a la vez necesitamos amplias dosis de afecto, cuidado y cariño hacia nuestra persona, especialmente cuando hemos sido heridos o dañados. Probablemente la autocompasión (compasión dirigida a uno mismo) resulte el mejor antídoto para reparar las heridas y continuar evolucionando y promoviendo una salud mental de calidad de cara al futuro.